Esperanza de Triana

‘Ven Espíritu Santo’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla.

Queridos hermanos y hermanas:

Con la fiesta de Pentecostés, que hoy celebramos, culmina el tiempo pascual. Nos lo recuerdan algunos signos de la liturgia. A partir de mañana, el color blanco de Pascua se cambia por el verde del Tiempo Ordinario y el cirio pascual se coloca en el baptisterio. De ordinario no se encenderá más que para la celebración del bautismo y de las exequias.

Pero entenderíamos mal el significado de este día si sólo lo consideráramos como la conclusión de un tiempo litúrgico. Pentecostés es mucho más. Es un acontecimiento permanente para cada uno de nosotros, aunque el hecho espectacular que hizo temblar al cenáculo suceda hoy sin el viento huracanado y sin lenguas de fuego. Es, sin embargo, el mismo Espíritu, del que habla Joel en la primera lectura de la vigilia de esta solemnidad, el que Dios había prometido para los últimos tiempos, para hacernos profetas, visionarios y soñadores, testigos, en fin, del Señor Resucitado.

Jesús había anunciado el envío del Espíritu para iluminar las mentes de los discípulos: “Cuando venga el Espíritu Santo, el Consolador que el Padre os enviará en mi nombre, os enseñará todo y os hará penetrar en las cosas que os he dicho” (Jn 14. 26). Era una promesa necesaria porque había muchas cosas que los apóstoles no acababan de comprender sobre la divinidad de Jesús y la naturaleza de su reino. En los compases finales de su vida pública, todavía le piden que diga claramente si es el Mesías (Jn 10,24), e incluso el mismo día de la Ascensión le preguntan: “Señor ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?” (Hch 1,6).

Para transformar sus mentes era, pues, necesario que descendiera sobre ellos el Espíritu. Lo hizo con una conmoción espectacular de la naturaleza, comparable a la que pudo haber tenido lugar en el momento de la creación o de la muerte de Jesús, para que los Apóstoles comprendieran que estaban ante una segunda creación y que las promesas del Señor se habían cumplido. Por ello, sólo después de recibir el Espíritu Santo, Pedro se atrevió a proclamar: “Entérese bien todo Israel de que Dios ha constituido Señor y Mesías al mismo Jesús a quien vosotros crucificasteis” (Hch 2,36). El Espíritu de la Verdad les aclara quién era Jesús y cuál era el carácter del reino predicado e instaurado por Él.

Ese reino es la Iglesia, el pueblo nuevo nacido del costado de Cristo dormido en la Cruz (SC 5), que en Pentecostés se presenta con vocación de universalidad, abierto a todos los pueblos de la tierra. Por ello, Pedro en nombre de los Apóstoles invita a la conversión a quienes se encontraban en Jerusalén, judíos y extranjeros: “Convertíos y que se bautice cada uno en el nombre de Jesús para el perdón de los pecados, y recibiréis también vosotros el don del Espíritu Santo” (Hch 2. 38). Aquel día se convirtieron tres mil y, a partir de ese día fueron surgiendo las comunidades cristianas, que de manera secreta, íntima y silenciosa experimentaban el don del Espíritu Santo y las maravillas de Pentecostés.

En esa mañana la fuerza y el fuego del Espíritu les unge con la ciencia y la fortaleza, la sabiduría y la inteligencia, la audacia y la piedad; la valentía y el temor de Dios. A partir de ese momento, comienzan a anunciar en las plazas y en las calles las maravillas de Dios. Robustecidos con la fuerza de lo alto, la Iglesia de los comienzos abre las ventanas al mundo para continuar la misión de Jesús, la misma que Él había recibido de su Padre (Jn 20,21).

En este contexto, celebramos la Jornada de la Acción Católica y del Apostolado Seglar. En ella se recuerda a los laicos que, en virtud de su bautismo, han de anunciar a Jesucristo en el mundo secular, en la plaza pública, en la sociedad civil y en los nuevos areópagos. Como a los discípulos, también a ellos Jesús les transmite su misión y les hace heraldos de su Buena Noticia. Les encomienda enseñar lo que ellos han aprendido, divulgar lo que a ellos han experimentado, que Él les ha devuelto la luz, la vida y la esperanza. Cuentan para ello con la luz, la fuerza, el consejo, la sabiduría y la asistencia del Espíritu para que otros hombres y mujeres puedan oír hablar de las maravillas de Dios y participar de su proyecto de amor.

En la fiesta de Pentecostés saludo con afecto al Delegado de Apostolado Seglar y a su equipo y a los militantes de Acción Católica. Pido al Espíritu Santo que su fuego a todos nos convierta y purifique, que su calor funda el témpano de nuestras tibiezas, temores y cobardías, que su luz caldee nuestros corazones en el amor de Cristo y que su fuerza nos ayude a perseverar en nuestra tarea primordial, anunciar a Jesucristo a nuestro mundo.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla

Fuente: https://www.archisevilla.org/