Esperanza de Triana

Paso Ntra. Sra. de la Esperanza

El paso de palio de Nuestra Señora de la Esperanza constituye una obra de arte imprescindible en la Semana Santa, tanto por su rica orfebrería como en los bordados, que constituyen el mayor exponente del regionalismo en este arte. De gran armonía y fuerte tendencia a la simbología y mitología marina, el palio de la Santísima Virgen se presenta como una plateada barca marinera ofrecida para la Reina de Triana.

El conjunto actual es consecuencia de un proceso de evolución hacia la perfección del regionalismo característico en el ajuar de la Santísima Virgen. A principios del siglo XX la Hermandad vira de manera definitiva a un estilo único hasta el momento, adoptando las formas de la cerámica trianera y abanderando la absorción del regionalismo, tan imitado después por el resto de hermandades, como estilo propio de la Semana Santa. Este palio, obra ejecutada por el maestro Miguel Olmo es el basamento sobre el que vertebra la portentosa estampa que hoy se nos ofrece.

A principios de siglo, la Hermandad de la Esperanza designa como diseñador del paso de la Santísima Virgen al ceramista José Recio del Rivero. Director artístico de la Corporación durante prácticamente medio siglo, terminará por ser el creador de la estética propia de la Hermandad. En la búsqueda de la originalidad y el máximo esplendor estético, decide inspirarse en los dibujos de ornamentación cerámica trianera de los siglos XVI y XVII, los cuales estaban siendo recuperados por los arquitectos del regionalismo que estaban en pleno apogeo en la Sevilla previa a la Exposición Iberoamericana de 1929.

El hecho de que la cerámica fuera una de las principales actividades gremiales del barrio de Triana a lo largo de su historia y que la Hermandad fuese fundada en 1418 por el gremio de los alfareros, convierten este estilo en santo y seña de la identidad del viejo Arrabal, siendo ésta la primera vez que en la Semana Santa de Sevilla se usaron motivos cerámicos como fuente de inspiración en unos bordados, constituyendo una de las más importantes y renovadoras aportaciones al patrimonio artístico de la ciudad, dando inicio al perfilado de los que serían los diseños de los futuros enseres en numerosas cofradías sevillanas.

Puede afirmarse que desde 1918 hasta 1950 Nuestra Señora de la Esperanza procesionaba en uno de los palios más ricos en conjunto de la época, como lo demuestra su participación en la exposición que se celebró en la Iglesia del Divino Salvador con motivo del Congreso Mariano en 1929. El palio, bordado en oro sobre terciopelo morado, poseía unas caídas que fueron concebidas con un perfil ligeramente ondulado, pero que por la manera en la que estaba dispuesto el fleco quedaban con forma de cajón. Las caídas delantera y trasera se asemejaban a dos frontales cerámicos sin dividir por cordones ni corbatas. Centrando el dibujo, se situaba una cartela con el escudo de la Hermandad, rematada por la corona Real y sustentada por dos ángeles tenantes, los cuales constituían el elemento más significativo de su diseño.

Las caídas laterales eran muy interesantes. En ellas se observaban tres dibujos alternándose en cada paño, apareciendo entre los mismos los característicos “dragones”. A los pocos años de su estreno, antes de 1923, se producirá un ligero cambio, ya que el fleco del palio no convencía a la hermandad por el escaso movimiento que el mismo tendría en la calle, y la solución pasó por cambiar su disposición intercalando en cada paño una retícula de malla triangular rematada por borlas. De esta manera el palio terminó con sus caídas en punta, algo que se ha mantenido en posteriores años hasta la actualidad.

El punto de partida para la realización de un nuevo paso de palio que sustituyera al realizado por Olmo es la elaboración de un nuevo manto procesional. José Recio ideó un diseño, deudor en cierta forma de la estructura del primero que realizó en 1909, pero adaptándolo a los gustos del momento. Sobre el magnífico dibujo el taller de Caro, entonces en su pleno auge, realizó otro magnífico trabajo que demostraba la solvencia de sus oficialas y el dominio de los puntos en los que intervenía las sedas de colores (milanés, matizaciones en seda de colores, giraspes, motivos totalmente bordados en sedas y perfilados con oro), además de su gusto por ellos. En 1948 tiene lugar la conclusión definitiva del nuevo manto, absolutamente deslumbrante en su concepción y realización. Esta obra, conocida con el popular nombre de Manto de los Dragones, es una de las obras principales del bordado, constituyendo un icono de las artes cofrades.

La primera referencia que se tiene sobre la reforma del palio trata precisamente de los problemas de conservación del techo, a primeros de 1951. Según queda recogido en las actas, el Mayordomo había encargado su restauración a las monjas de Santa Isabel pero la Hermandad estaba atravesando una coyuntura económica difícil. Ante esta circunstancia, según afirma D. Vicente Acosta, no había seguridad de que pudiera estrenarse. Sin embargo, en aquella Semana Santa se estrenó no solo la restauración del techo, entendida como repaso y saneamiento, sino también las bambalinas frontal y trasera de un nuevo diseño sobre malla de oro. Del esfuerzo económico que se tuvo que realizar para aquella reforma da debida cuenta el hecho de que las bambalinas laterales no se estrenaran hasta 1954, y su remate final al año siguiente, 1955.

En lo referente al diseño Recio readapta de nuevo su particular código ornamental cerámico a los gustos de aquel momento, trazando unas bambalinas con paños iguales (salvo el central frontal y trasero), al contrario que el de 1918, y con una terminación poli-lobulada muy suave, que se veía complementada con los lóbulos que describía el fleco y su enrejado, realizado a base de lentejuelas y que constituía uno de los puntos más atractivos y personales de estas bambalinas. Diseñados estos flecos para llevar unas borlas, éstas fueron colocadas a última hora en el centro de cada lóbulo, ejerciendo tracción sobre los mismos debido a su peso y los constantes movimientos y terminando por dejar dichos lóbulos en punta, como pequeños triángulos de enrejado. La crestería no formaba una unidad con la bambalina, sino que se montaba por tramos sobre el bastidor del techo de palio, siendo totalmente calada y comenzando la malla de oro bordada a partir de dicho bastidor.

Es en 1954 cuando el palio apareció en la calle ya totalmente reformado. Aún faltaban los borlones de los flecos de bellota, tres por cada paño, que fueron colocados al año siguiente, 1955, dándose por concluido este dilatado proceso de reforma completa del palio de la Santísima Virgen.

En la actualidad Nuestra Señora de la Esperanza se nos presenta sobre un conjunto artístico esplendoroso, conformando un paso de palio de gran majestuosidad y personalísimo estilo, en el que destaca la singularidad de todos los elementos que lo ornamentan.

Las bambalinas exteriores son obra del Taller de Caro de 1971, mientras que las interiores fueron realizadas en 1951 por las hermanas del Convento de Santa Isabel, siguiendo el primitivo diseño de José Recio del Rivero y los bordados de Olmo de 1918. De composición simétrica y vegetal, destacan las “cabezas de dragones”, típicas y características de la cerámica trianera y que dan forma a todo el estilo de la cofradía.

El techo de palio, tomado de la obra de Olmo en 1918 y enriquecido en los talleres de Caro en 1971, representa en su centro el anagrama de María rodeado de flores y enmarcado a su vez por motivos vegetales, balaustres y dragones. Todo este conjunto bordado sobre terciopelo verde, aparece rodeado por una malla bordada en cuyas esquinas se representan los cuatro Evangelistas, realizados en sedas de colores por Miguel Olmo. Fue restaurado en 1991 por Benjamín Pérez, realizando totalmente nuevo el anagrama de María y las flores en seda que lo rodean.

Los varales, con sus respectivos basamentos que sostienen al techo de palio, son obra de Orfebrería Triana en 1988 en plata de ley, inspirados en los que labrara Jorge Ferrer en 1937. El diseño del cuerpo de los mismos está conformado por hojas abiertas enfrentadas unas con otras en los nudetes, dejándolos dentro de esa especie de “flor” formada por ellas. A continuación, como transición entre el tubo recto y la flor totalmente abierta del nudete, otras hojas con perfiles bulbosos más recogidas. El basamento parte de nuevo de la ornamentación manierista, la más apropiada para el paso, mezclando ornamentación con tritones y dragones alados en diferentes posturas, de gran simbología y cuya estética contribuye aún más a darle ese toque personal o diferenciador, inspirándose el autor del proyecto en la fuente marmórea que está situada en los pequeños jardines del Archivo de Indias. Dichos dragones aparecen corpóreos y enroscados al tubo repujado del varal conformando el basamento. Fueron uno de los grandes estrenos de la Semana Santa de la década de los ochenta.

El juego de jarras, diseñadas a modo de ánfora, con asas formadas por dragones, son de plata de ley, siendo realizadas conjuntamente por Jesús Domínguez, Villarreal y Orfebrería Triana entre los años 1947-1990.

La peana fue labrada en los talleres de Villarreal en 1962, en plata de ley. Muestra el escudo antiguo de la hermandad en el centro de su parte frontal. Sigue el estilo neorrenacentista de la orfebrería del paso de palio, teniendo dos grabados que representan a la Magdalena y a San Juan Evangelista.

La candelería, en plata de ley, fue realizada por Orfebrería Triana en 1991. Su diseño es el tradicional usado desde el siglo XVI, con un pie triangular, vástago con balaustre y ensanchamiento superior para el cirio. En los elementos decorativos se entremezclan motivos clásicos con temas marinos, situando el escudo corporativo en cada una de sus caras, componiendo un conjunto de noventa piezas de diferentes alturas.

Los respiraderos, de estilo renacentista, presentan motivos vegetales y columnas abalaustradas. Los frontales se dividen en tres espacios en los que se representa a San Pedro, San Pablo y el escudo de la corporación sostenido por dos Ángeles. Debajo de éste una cartela muestra un Neptuno niño sobre un ancla. Los laterales se dividen en cinco espacios y en ellos aparecen representados San Bartolomé, San Juan Evangelista, Santiago el Menor, San Felipe y en el centro la Coronación de la Virgen. En el otro figuran San Juan Bautista, San Simón, San Matías, San Mateo y en el centro la Asunción de la Virgen. Esta escena está inspirada en la obra de Tiziano del mismo nombre que se encuentra en la iglesia veneciana de los Frari.

Las maniguetas siguen un diseño formado por motivos profanos marinos: ángeles, serpientes de mar, anclas, conchas, dragones, etc. Se rematan con un ancla inscrito en un salvavidas. Están realizadas en plata de ley por Emilio García Armenta en 1955, siendo restauradas por Juan Antonio Borrero en 1989.

El llamador, que representa una barca labrada con el nombre de Triana, se encuentra navegando sobre las olas con dos cabezas de “serpientes de mar”, con dos pequeños patroneándola: uno sujetando el arganeo de un ancla y el otro portándola en su hombro. A sus pies una red y en la proa de la nave un salvavidas.

La efigie de la Inmaculada Concepción, colocada en la calle central de la candelería, es obra de Juan Fernández Gómez en 1947 en plata de ley, con cabeza y manos de marfil. Hace alusión a la devoción a la Pura y Limpia Concepción de la Santísima Virgen María en nuestra Muy Mariana Ciudad de Sevilla.

Los faldones, de terciopelo verde bordados en oro, son diseño de Manuel Guzmán Bejarano. Se adornan con medallones bordados en oro en los que está representado el conjunto conformado por Santa Ana, la Virgen y el Niño Jesús; la Anunciación, y la Coronación Canónica de Ntra. Sra. de la Esperanza por dos ángeles y Santa Ana y la Santísima Virgen. Fueron realizados en 1996 en los talleres de Fernández y Enríquez con pinturas al óleo del hermano de la Corporación Octavio Fernández.