Queridos hermanos y hermanas:
Dirijo esta carta semanal a los cofrades de nuestra Archidiócesis que peregrinan este sábado a la Catedral para ganar el Jubileo de la Misericordia. En este contexto les ofrezco algunas reflexiones que les pueden ayudar en su compromiso cofrade. En los siete años que llevo sirviendo a Sevilla, las Hermandades han constituido una de las preocupaciones relevantes de mi ministerio. A lo largo de este período he recibido en mi despacho a un gran número de Hermanos Mayores, Juntas de Gobierno y Directores Espirituales. A invitación vuestra, queridos cofrades, he presidido numerosas Eucaristías en honor de vuestros Titulares. En todas ellas he tratado de reflexionar con vosotros sobre la identidad de estas instituciones, que pertenecen a la entraña más íntima de la religiosidad sevillana. Nuestros encuentros me han permitido conoceros y valorar las ricas posibilidades evangelizadoras que encierra la llamada religiosidad popular, como reconoce el Directorio sobre la piedad popular y la liturgiapublicado por la Santa Sede en diciembre de 2001.
Os tengo que confesar que he cumplido este servicio con mucho agrado, lo cual quiere decir que lo he hecho de corazón. Actuar de otra forma, además de una necia injusticia, supondría un auténtico suicidio para quien tiene como primer deber de su ministerio pastorear, enseñar y santificar a los fieles, anunciarles a Jesucristo y llevarlos a Dios.
En contacto con vosotros, ha ido creciendo en mí la convicción, que he compartido más de una vez con algunos de vosotros, de que las Hermandades brindan a los pastores de la Iglesia un ingente potencial religioso y evangelizador, pues son para sus miembros, lo mismo que la Iglesia, sacramento de Jesucristo, es decir, camino, medio e instrumento para el encuentro con Dios.
En muchas ocasiones he reconocido con gozo que las Hermandades, tan numerosas en nuestra Archidiócesis, han sido camino de formación y de fe para muchos cristianos. He reconocido también con gratitud que la piedad popular ha amortiguado entre nosotros los efectos de la secularización.
En los escritos y homilías que os he dirigido, he insistido en la esencial dimensión religiosa de las Hermandades. He pedido a los Directores Espirituales, Hermanos Mayores y Juntas de Gobierno que custodien con mimo sus mejores esencias, que mantengan con nitidez y sin equívocos su clara identidad religiosa y que no consientan que los aspectos sociales o culturales, de suyo relativos y secundarios, prevalezcan sobre lo que debe constituir el corazón de estas instituciones, que son, ante todo y sobre todo, asociaciones públicas de fieles con una finalidad muy clara, el culto, el apostolado, la santificación de sus miembros y el ejercicio de las obras de caridad.
Defender todo esto es servir a la verdad más auténtica de las Hermandades, mientras que permitir que estos valores se desvirtúen o perviertan, es abrir la compuerta de la secularización interna, un mal fatal que todos hemos de tratar de conjurar. De poco servirían vuestros cultos esplendorosos, si en vuestra vida asociativa la primera preocupación de los cofrades no fuera su propia santificación, el amor a Jesucristo y a su santa Iglesia, la comunión fraterna, la unidad en el seno de la Hermandad y la comunión con los pobres. Estaríamos ante una enorme fachada de cartón piedra, detrás de la cual sólo existe el vacío.
A lo largo de estos años os he insistido también en la comunión con la Iglesia, en la real inserción en la parroquia, en la colaboración con el sacerdote, con el obispo y con la Archidiócesis, con sus Planes Pastorales, proyectos, acentos e iniciativas. Os he invitado también a ser libres ante cualquier tipo de poder, a evitar la emulación y los gastos inmoderados, que muchas veces son una ofensa a los pobres, que deben estar muy en el corazón y en el centro de vuestros afanes y programas colectivos.
He pedido a los responsables que acabo de citar que ayuden a sus hermanos a cultivar la vida interior, que estimulen su participación en los sacramentos, pues todo ello, más el amor a Jesucristo y a su Madre bendita, es lo único que da vigor, estabilidad, unidad y consistencia a estas instituciones a las que tanto amáis. Les he sugerido que citen de vez en cuando a los hermanos para rezar juntos, para tener una celebración comunitaria de la penitencia o para hacer un retiro, especialmente en los tiempos fuertes del año litúrgico.
He insistido mucho en la importancia de la formación, pues sólo se ama aquello que bien se conoce. Sólo podremos dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza si conocemos el misterio y la persona de Jesús y las verdades capitales de la fe y de la moral cristianas. Más de una vez he afirmado que a mí me bastaría con que los cofrades conocieran en profundidad el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica. No les exigiría mucho más.
Bienvenidos a nuestra Catedral. Que vuestra peregrinación sea un verdadero acontecimiento de gracia. Para vosotros y vuestras familias, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla