Esperanza de Triana

Ntra. Sra. de la Esperanza

La imagen de Nuestra Señora de la Esperanza, de 1.70 metros de altura, conserva desde sus orígenes el cuerpo y el cuello, respondiendo a las características formales de las imágenes del siglo XVII. Su autoría es incierta y en las diversas atribuciones ha pesado más lo pasional que lo científico. Los últimos estudios comienzan a arrojar cierta luz sobre un proceso en el que cada uno dejó su impronta, siendo el resultado de la misma, una dolorosa con una fuerza asombrosa, que concita el amor de todo aquel que la observa.

Triana, como centro del fervor popular a la Virgen de la Esperanza, se extiende más allá de las propias fronteras, haciéndose partícipe de su devoción universal. La dolorosa debió sufrir una importante restauración en 1816, realizada por Juan de Astorga con motivo de la inauguración de la Capilla. Algunos especialistas apuntaron que era obra de este escultor, aunque es una hipótesis actualmente en revisión. En 1898 se produjo un incendio fortuito en la Iglesia del Convento de San Jacinto, donde tenía su sede la Hermandad. Su extinción por parte del párroco y otras personas, no impidió que causara graves daños y desperfectos en la talla de la Virgen. La restauración realizada por Gumersindo Jiménez Astorga, fue la primera de las intervenciones más determinantes en la configuración de las facciones de la Virgen. Costosa y bastante compleja, otorgó a la Esperanza la mascarilla y el modelado que hoy conocemos.

 

Un papel colocado en el busto de la Santísima Virgen, sirvió durante muchos años de recordatorio de aquel suceso: “Esta imagen de la Virgen de la Esperanza, sufrió un terrible incendio en la tarde del día 2 de Mayo de 1898, en que fue destruida en gran parte, encargándose de su restauración el antiguo escultor sevillano D. Gumersindo Jiménez Astorga, que la dejó en su más perfectísimo estado, y costeó su restauración Dª D.G.A., señora muy piadosa”.

Con el paso del tiempo, los vecinos del barrio no terminaban de identificarse con una dolorosa que poseía frialdad y un aspecto nacarado. El sustancial cambio en los rasgos de la Esperanza, llevó al descontento y la añoranza de aquella gracia y color moreno de antaño que poseía antes del desafortunado incendio. Causa de esto debió ser la restauración que realizó José Ordóñez Rodríguez en 1913.

Durante esta restauración, José Ordoñez devuelve a la Santísima Virgen el antiguo esplendor que la hace una Imagen singular, y que había perdido con el incendio de 1898 y la posterior restauración de Gumersindo Jiménez Astorga. Le aplica de nuevo sombra a los párpados y a las cejas además de devolver matices más cálidos a la pátina de la Santísima Virgen. Sus manos en la década de los años veinte se caracterizan por sus amplios dorsos y dedos escasamente flexionados. El resultado de la intervención es sublime, magistral y magnificente. En Nuestra Señora de la Esperanza se encontraba la primera Imagen castiza de la Semana Santa de Sevilla. Fue en 1916, cuando el escritor Eugenio Noel en su libro “Semana Santa en Sevilla”, la compara con la mujer de un torero por sus ojos y espesas cejas negras. De alguna manera, el pueblo buscaba identificar los rasgos de su Virgen con los de una mujer andaluza, y el resultado fue arrebatador.

 

Llegado el año 1929, la ciudad se viste de gala para celebrar la Magna Exposición Iberoamericana. El 24 de Septiembre de 1929 se inauguró en la Parroquia del Divino Salvador la segunda fase de la Exposición Mariana, en la que participaron entre otras Imágenes de gran devoción en el pueblo de Sevilla, la de Nuestra Señora de la Esperanza. Para aquel momento, Antonio Castillo Lastrucci le sustituye las manos, componiendo las más bellas de toda su producción, le refuerza los ensambles de la castigada mascarilla con telas encoladas, y le aplica nuevos aparejos junto a una nueva policromía que intensificara los rasgos castizos característicos de la Imagen Sagrada. La clausura de la Exposición aconteció el 1 de Diciembre, día en que por la tarde regresaba en su paso de palio hacía el viejo arrabal la Santísima Virgen de la Esperanza, en loor de multitudes.

Posteriormente, a la imagen se le sustituyó el candelero en mayo de 1936 y de nuevo en octubre del mismo año, realizado por el entonces primer prioste de la Hermandad, José Rodríguez Martínez. Dicho candelero fue sustituido nuevamente en febrero de 1981 por Luís Álvarez Duarte, quien a su vez le incorporó nuevos brazos articulados y le retiró el sistema de enganche del manto a la nuca. Al componer el candelero de la Virgen para que éste pudiera desmontarse del busto en aquella primera mitad del siglo XX, se destrozó parte del apunte transcrito anteriormente, que recordaba la restauración acometida tras el incendio de 1898 en la Iglesia de San Jacinto. El recordatorio colocado en el busto, fue sustituido por otro que además de copiar al anterior, añadía el siguiente comentario: “Este escrito es copia del que la Virgen tenía en la parte baja del busto y que hubo necesidad de mutilar al poner a la imagen la planchuela con el tornillo que actualmente tiene para que sea el candelero de quita y pon en mayo de 1936”.

 

Durante los primeros meses de la Guerra Civil, la Virgen de la Esperanza tuvo que ser ocultada para no sufrir daño alguno. En los años posteriores, se produjo la eclosión de la Esperanza con un patrón de belleza absoluto e inigualable. El resultado de este proceso había sido madurado con la llegada de su antiguo vestidor, Fernando Morillo, quién concibió a la Esperanza como la más viva imagen de una Madre. En ese tiempo es cuando nace el lenguaje de las manos de la Esperanza. En ella, la mano derecha se extiende para ofrecerle el pañuelo al pueblo, mientras la izquierda señala hacía el ancla de su pechera en una hermosa reafirmación: “Yo soy la Esperanza, toma mi pañuelo”.

Casi cinco décadas transcurrieron hasta que la Virgen no necesitó una nueva restauración. La policromía de Castillo no aguantaba más, y se había oscurecido progresivamente por problemas en el soporte. Esta vez fue el escultor y hermano de la corporación don Luís Álvarez Duarte, quien tuvo que retirar algunas telas encoladas que fijaban la mascarilla en su parte inferior. Lo primero que se realizó fue una copia exacta en marmolina de la imagen. Luego se empezó con la limpieza y en palabras del propio Luís Álvarez Duarte “la encarnadura que le hizo don Antonio Castillo estaba prácticamente pasada y torcida. Y entonces es cuando entro a hacer la limpieza total con el decapante. Ya cuando he empezado puedo comprobar con enorme satisfacción como en la nariz, boca y barbilla van desapareciendo grumos de óleos y bastantes repintes y puedo comprobar cómo tiene la imagen modelado el paladar, la lengua y también una dentadura casi perfecta, cosa que antes no se apreciaba. Lo mismo me ha ocurrido con las fosas nasales que antes solamente las tenía señaladas y ahora las tiene perfectas como se podrá comprobar. Quiero que quede bien claro que estoy consolidando y encarnando a la Stma. Virgen, no creando (…) don Antonio Castillo le dio prácticamente aparejos y yesos a toda su cabeza”.

En esta última intervención, Álvarez Duarte resanó y consolidó la talla, eliminando los aparejos y yesos que le dio Castillo, y posteriormente pasó a reencarnarla totalmente y a la colocación de unas nuevas pestañas y lágrimas de cristal, éstas últimas más finas que las de Castillo, pero respetando el número de cinco y su ubicación.

En una conferencia pronunciada por el propio Álvarez Duarte con motivo del XXV Aniversario de la Coronación Pontificia de la Santísima Virgen afirmaba, sin dejar lugar a las dudas, que por la forma en que tiene tallada la Sagrada Imagen el paladar de la boca, la dentadura o el cuello puede fecharse a Nuestra Señora de la Esperanza como obra del siglo XVII sevillano.

En resumen, digamos que la Esperanza no tiene una edad concreta, es la visible huella del paso del tiempo, y el aroma de una Triana que nunca se apaga. Como escribió Eugenio Noel en 1916: “..Diga oste , Zeño, que eza Virgen no la iso nadie; tiene en zu cuerpo un peaso de cada trianero..”.