Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos en este domingo el Día del Seminario. Un año más, nuestra Archidiócesis se hace eco de una de las preocupaciones más hondas de la Iglesia, las vocaciones sacerdotales. Nuestras comunidades necesitan pastores según el corazón de Dios, que las apacienten con celo, sabiduría y prudencia (Jer 3, 15). Por ello, esta Jornada es una invitación a la responsabilidad de todos en la promoción de las vocaciones.
La vocación sacerdotal es una llamada a participar en la misma misión de Cristo, aquella que Él recibiera del Padre y que transmite a los Apóstoles: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo” (Jn 20, 21). Es una invitación de Jesús a los jóvenes a entregarle la vida para anunciar la Buena Noticia desde la cercanía y servicio a todo hombre. Aunque en realidad, la Iglesia entera es la protagonista de la misión, los ministros ordenados, partícipes del único sacerdocio de Jesucristo, están llamados de modo particular a cumplir el encargo misionero de Jesús. Están llamados también a santificar a los fieles por medio de los sacramentos y a pastorear al Pueblo santo de Dios. ¿Qué sería de nosotros sin los sacerdotes? Sin ellos no habría Eucaristía, porque sólo ellos realizan el prodigio de la consagración, solo ellos perdonan los pecados en nombre de Dios y ungen a los enfermos antes de su encuentro con el Señor.
El sacerdocio ministerial es un don para la Iglesia y para el mundo. Como leemos en el prefacio de la Misa Crismal, el sacerdote entrega su vida por el Señor y por la salvación de los hermanos, siendo el pastor cercano a Dios y a los hombres. Así lo entiende el autor de la carta a los Hebreos (5,1ss) y lo expresa el lema del día del Seminario de este año: “Cerca de Dios y de los hombres”.
Hoy más que nunca necesitamos sacerdotes enamorados de Jesucristo, que viven cerca del Señor y también muy cerca de los hombres y mujeres, sus hermanos, para anunciarles y ofrecerles los dones de la salvación. Se trata de una tarea a realizar con celo apostólico sobresaliente, que brota del corazón del sacerdote generoso y entregado a su precioso ministerio, a pesar de las seducciones de un mundo que nos presenta otros modelos de vida aparentemente más atractivos. Aquí radica, en muchas ocasiones la dificultad de los jóvenes para responder. Por ello, es necesario presentar con audacia y claridad la novedad apasionante de la vocación sacerdotal.
Detrás de cada vocación en muchos casos hay un sacerdote que ha sabido mostrar a los jóvenes la hermosura del ministerio sacerdotal, sosteniéndoles y guiándoles en el discernimiento. Los sacerdotes somos efectivamente los primeros vocantes. Deben serlo también los seminaristas y las familias, “el primer seminario”. Allí los hijos aprenden el sentido de la vida y son educados en la fe. Las familias verdaderamente cristianas, que inician a sus hijos en la piedad, en la oración, en la amistad y la familiaridad con el Señor, son el microclima idóneo para que brote en los niños y jóvenes el germen de la vocación.
La implicación en la promoción de las vocaciones sacerdotales es hoy quehacer prioritario de toda la comunidad diocesana. De forma especial han de comprometerse en esta tarea los catequistas, los profesores de religión y todos los profesores cristianos de cualquier área. Todos ellos deben ser intermediarios entre Dios que sigue llamando y nuestros niños y jóvenes.
La promoción de las vocaciones no es tarea de unos solistas, los designados por el arzobispo como responsables de esta pastoral específica, en este caso los formadores de los Seminarios. La promoción de las vocaciones es una tarea coral o sinfónica, que compromete a todos los fieles de la Archidiócesis. Una forma al alcance de todos es la oración para que el Señor nos conceda muchas, generosas y santas vocaciones, que nos permitan mirar con esperanza el futuro de nuestra Archidiócesis e, incluso, compartir nuestros dones con otras Iglesias más necesitadas. Encomiendo esta intención especialmente a los ancianos, a los enfermos y a las monjas claustrales. Así cumpliremos el mandato del Señor, “rogad al dueño de la mies que envíe operarios a su mies” (Lc 10,2).
En el día del Seminario damos gracias a Dios por nuestros seminaristas, 45 en el Seminario Mayor, 9 en el Menor y 15 en el Seminario Redemptoris Mater. No olvido la ayuda económica, necesaria para que nuestros Seminarios tengan los medios suficientes para una buena formación humana, intelectual, espiritual y pastoral de los futuros sacerdotes. En estos días las parroquias están recibiendo la visita de los seminaristas para ofrecernos el testimonio de su vocación. Recibámosles con afecto y oremos por ellos para que perseveren y sean fieles a la acción del Espíritu, “protagonista por antonomasia de su formación” (PDV 69).
Con mi gratitud por vuestro amor al Seminario, recibid mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla