Queridos hermanos y hermanas:
Escribo estas líneas en las vísperas de la solemnidad del santísimo Corpus Christi, que Sevilla celebrará con todo esplendor el próximo 15 de junio. Después de renovar el memorial de la cena del Señor, dejaremos la catedral para acompañar a Jesucristo con nuestros cantos por las calles de Sevilla. Recorremos con Él el hermosísimo entramado urbano de nuestra ciudad, que en esa mañana se convierte en un gigantesco templo para gloria del Señor sacramentado.
En esta procesión lo sustantivo no son las numerosas imágenes de los santos sevillanos, ni las sobreabundantes representaciones que en ella desfilan. Lo importante y decisivo es el testimonio público de veneración a la santísima Eucaristía, que no sería bueno que quedara solapado por otras realidades que no pertenecen a la esencia de esta procesión, que es calificada en el Código de Derecho Canónico como procesión eucarística (cf. c. 944 §2).
En esa mañana saldremos a la calle para expresar al Señor nuestra gratitud, para manifestarle la alegría de tenerle corporalmente con nosotros, para decirle que queremos convivir permanentemente con Él, contando con su presencia, aceptándole en el devenir de nuestras vidas como un vecino importante, conocido y querido, cuya presencia es una riqueza para todos.
Detendremos el paso ante dos altares preparados por la devoción de los sevillanos, para venerar, aclamar y adorar una vez más el cuerpo verdadero de Cristo, nacido de María, traspasado e inmolado en la Cruz para nuestra salvación. Renovaremos comunitariamente nuestra fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía y confesaremos con los labios y creeremos en el corazón que en la custodia de nuestra catedral, auténtico prodigio cincelado por Juan de Arfe, gracias a la piedad de nuestros mayores, está presente Jesucristo con su cuerpo, sangre, alma y divinidad. Detendremos nuestro paso para confesarle como Hijo único de Dios, clave de bóveda del universo, Señor de la historia humana y de la historia de la salvación y única esperanza para el mundo.
En esa mañana, sin triunfalismos ni arrogancia, pero también sin rubor y sin complejos, los cristianos de Sevilla proclamaremos que el pan eucarístico es el sacramento de nuestra fe y el corazón de la vida de la Iglesia.
En esa mañana, con alegría en los rostros y calor en los corazones, los cristianos de Sevilla reconoceremos que el cuerpo de Cristo es la fuente de nuestra vida renovada y el fundamento de nuestra esperanza frente al poder del pecado y de la muerte. Reconoceremos también que Él es el pan que recrea y enamora, que rejuvenece, renueva y fortalece nuestra vida, pues en Él recibimos la vida de Dios hasta la hartura.
En esa mañana, en la jornada de Caritas y Día de la Caridad, los cristianos de Sevilla, contemplando en la custodia el rostro eucarístico de Cristo, nos comprometeremos a descubrirle también en el rostro sufriente y, en ocasiones deformado, de los hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos, prisioneros, desplazados y emigrantes. Al mismo tiempo, a creyentes y no creyentes, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que buscan la paz y la justicia y sueñan con la nueva civilización del amor, les ofreceremos con respeto, humildad y convicción, nuestro mejor tesoro, el misterio del cuerpo entregado y de la sangre derramada para la salvación del mundo, sacramento de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad (San Agustín).
En Él, que guarda cuanto queda de amor y de unidad, se nos brinda a todos la mejor escuela de vida, de libertad verdadera, de paz, de humanismo y de fraternidad. En Él aprendemos a perdonar, a abajarnos y a ponernos a los pies de los pobres, de los que no cuentan, para servirles, a ponernos de parte de los últimos y en su lugar, a entregar la vida, gastada y desgastada, por nuestros hermanos.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición. Feliz día del Corpus.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla