Queridos hermanos y hermanas:
A lo largo de este mes de septiembre, todos estamos iniciando de nuevo nuestras tareas. Los estudiantes vuelven al colegio o a la universidad. Las parroquias reemprenden sus actividades pastorales, la catequesis, la pastoral de enfermos, el servicio de Cáritas y tantos flancos importantes de la vida de una parroquia. Cada cual procura entregarse a su trabajo, sea el profesional, sean los diversos voluntariados y ministerios parroquiales. La parábola del evangelio de hoy nos habla de los trabajadores contratados para trabajar en la viña. Nos habla del trabajo y de la paga que todo trabajador tiene derecho a percibir. Al escuchar la parábola de este domingo no acabamos de entender cómo los que han trabajado menos horas en la viña, cobran lo mismo que los que han «aguantado el peso del día y el bochorno». Nuestro sentido de la justicia no entiende que, como concluye el evangelio de hoy, «los últimos sean los primeros y los primeros los últimos» (Mt 20,16).
Pero la enseñanza de Jesús en este domingo no es sobre la justicia retributiva, que nos inclina a dar a cada uno lo que le corresponde, sino sobre la bondad de Dios y la gratuidad de sus dones. La parábola de la viña y los trabajadores nos quiere enseñar que Dios es generoso y bueno con todos nosotros. Lo fue con el pueblo de Israel, que fue el que primeramente fue llamado para servir a Dios. Lo es con nosotros, los miembros de la Iglesia, el pueblo de la Nueva Alianza. Lo es con los que fuimos llamados a primera hora, porque recibimos el bautismo en la infancia; y lo es con aquellos que se convierten a la fe cristiana en la juventud, en la madurez o en el último tramo de su vida. A todos nos regala el Señor la gracia santificante, la filiación divina y la pertenencia a la Iglesia, que nos permite vivir nuestra fe y nuestros compromisos cristianos no a la intemperie, sino acompañados, sostenidos y arropados por una auténtica comunidad de hermanos. Dios no nos paga ni retribuye por nuestros méritos grandes o pequeños. Nadie puede decir que tiene derecho a la salvación, al cielo al que todos estamos convocados, porque tiene mucha fe y hace muchas obras buenas por el Reino de Dios.
En la vida cristiana todo es gracia, todo es don. La causa de la salvación eterna es el misterio pascual de Cristo muerto y resucitado, de Cristo que murió por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación (Rom 4,25). Esta afirmación no contradice aquello que dice el evangelio, que el reino de los cielos es para los que se esfuerzan. (Mt 11,12), pues como dice San Agustín: «El que te creó sin ti no te salvará sin ti». Esto quiere decir que la bondad de Dios quiere contar con nuestra colaboración, aunque sigue siendo muy cierto que, como nos dice san Pablo, Dios es el que nos justifica y nos salva (Rom 8,33).
Ante la bondad, la generosidad y la misericordia sobresaliente de Dios nuestra actitud no puede ser la envidia o la protesta. Hemos de alegrarnos de que Dios ofrezca a todos con un corazón tan grande un puesto en el banquete de su Reino, ahora en la Iglesia y después en el cielo. Dios quiere salvarnos a todos. Por ello, nos está invitando a todas horas a trabajar en su Reino, en su Iglesia, que es el anticipo visible del Reino de los Cielos. Pero si alguno se obstina, y se va de la casa paterna, como el hijo pródigo, Él lo impulsa con su gracia para que vuelva y luego lo abraza con amor de Padre. Así es Dios. Esta es la imagen auténtica que nos ha revelado Jesucristo.
En este domingo, el Señor nos invita una vez más a trabajar en su viña. Aceptemos esa invitación sabiendo que Dios es bueno y que nos dará el premio prometido a sus servidores fieles y cumplidores, el cielo, a donde Él ha ido a prepararnos un sitio (Jn 14,1-4). Trabajemos cada día por nuestra santificación, por ser fieles al Señor, por ser generosos con nuestros hermanos, especialmente con los más pobres y necesitados. Impliquémonos también en la vida de nuestra parroquia, en la catequesis, en la pastoral de la salud, en la pastoral litúrgica, en la Cáritas parroquial, y en tantos ministerios necesarios para que una parroquia pueda servir eficazmente a sus fieles. Nunca podremos decir que ya hemos trabajado lo suficiente. ¿Qué es lo suficiente? La gracia de Dios sí es suficiente, pero nuestra respuesta es casi siempre escasa.
Repitiendo las palabras que encabezan esta carta, pronunciadas por el papa Benedicto XVI el día de su elección, Dios quiera que en el curso pastoral que ahora iniciamos todos seamos humildes y sencillos trabajadores de la viña del Señor.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla