Nuestra hermana Manolita Oliva Campos nació el 14 de abril de 1920 en la ciudad de Sevilla. Tras pasar su infancia y adolescencia en la onubense localidad de Campofrío, recaló en el barrio de Nervión en nuestra ciudad. Allí, en la celebración de una Cruz de Mayo, conoció y se enamoró de un trianero de cuna, Emilio Vizcaíno y Báez de Aguilar. Tras varios años de noviazgo, contrajeron matrimonio el día de la Inmaculada Concepción del año 1947, estableciendo su vivienda en la calle Pureza, en pleno corazón del arrabal de Triana.
Comienza a impregnarse de la idiosincrasia del barrio y de su gente, y de la mano de su marido aflorará su devoción por el Santísimo Cristo de las Tres Caídas y por Nuestra Señora de la Esperanza, tal es así que los pilares que sostienen su existencia desde entonces son su familia y su hermandad. Siempre ha sido una colaboradora humilde, participando en los roles que por aquellos tiempos las hermandades tenían reservados a las mujeres, desde los trabajos en el taller de costura para confeccionar túnicas de nazareno a los hermanos o dalmáticas para los acólitos, pasando por la confección de los lacitos que las mañanas del Jueves Santo son colocadas a los devotos en sus prendas cuando visitan los pasos en el templo y finalizando con la asistencia a los cultos corporativos.
Colaboró estrechamente con Anita Ruesga Salazar, la camarera, y con Reyes Franco de la Rosa, llegando a ocupar durante varios años el cargo de camarera. Vivió intensamente los años que su esposo Emilio perteneció a las juntas de gobierno presididas como hermanos mayores por Antonio Ordóñez Araujo y Vicente Acosta Domínguez, entre otros, así como los muchos años que ostentó con tremendo orgullo el cordón de plata en su medalla de hermano al ser el más antiguo de la hermandad hasta su fallecimiento a inicios de 2003, cuando Emilio fue recogido en los brazos de su Cristo de las Tres Caídas, y desde entonces guía con sus recuerdos a sus descendientes cada Viernes Santo.
A Manolita, su centésimo cumpleaños le pilló en pleno estado de alarma. Tiene pendiente, por tanto, la celebración de este evento con su familia: sus cuatro hijos, sus once nietos y sus once biznietos. Esta centenaria hermana da gracias cada día a su Cristo a y su Madre de la Esperanza por todo lo que la vida le ha dado.
Sigue disfrutando de los cultos de su hermandad, a veces por streaming, otras yendo presencialmente a la capilla de los Marineros con algunos de sus hijos… Y continúa viviendo su madrugada del Viernes Santo, su noche más hermosa, desde el balcón de Pureza, donde ya no sale el nazareno más antiguo, pero sí la tercera y cuarta generación de nazarenos apellidados Vizcaíno, y siempre de color morado, como ocurre desde hace más de un siglo, cuando su inolvidable marido Emilio ya aparece vistiendo ese hábito siendo un niño que su padre sentó sobre la cornisa del respiradero del paso de Cristo cuando nuestro titular procesionaba sólo con Simón de Cirene mientras discurría por la Plazuela de Santa Ana.