Aquel lejano 1 de noviembre del año del Señor de 1950, Su Santidad el Papa Pío XII proclamaba en la Plaza de San Pedro en Roma el Dogma de la Asunción de la Virgen María en Cuerpo y Alma al Reino de los Cielos. Mientras aquello ocurría en la Ciudad del Vaticano, Triana celebraba el acontecimiento acompañando a su Esperanza por las calles de su barrio ceramista y alfarero.
Fue aquel día en que Nuestra Madre Santísima procesionó de manera extraordinaria por las calles de Triana, después de pernoctar con la Señora Santa Ana, un acontecimiento inolvidable para los vecinos del arrabal. Triana reunía en torno la proclamación dogmática de la Asunción de María Santísima en cuerpo y alma a los Cielos a su Virgen, a su tesoro más preciado, Nuestra Señora de la Esperanza, y a la que desde hace siglos reza y pregona como Abuela Santa.
Rincones como Duarte, Bernardo Guerra, la Parroquia de la O y la calle Betís recibieron la visita de la Virgen de Triana, que convirtió en fiesta popular lo que en Roma era solemnidad papal.
Tal fue la implicación del barrio que, promovida por la Hermandad, se consiguió que se rotulara una calle con el nombre de Asunción.
Por este motivo, cincuenta años después de esa efeméride de especial relevancia en el seno de la Iglesia universal, y de manera singular para nuestra corporación que se siente vinculada y expresamente comprometida con este dogma, los trianeros quisieron volver a estar junto a Ella, y de esta forma, en el mes de octubre de 2000, la Hermandad anunciaba que la Santísima Virgen saldría nuevamente para conmemorar el medio siglo trascurrido desde entonces.
La tarde del viernes 3 de noviembre, la esbelta torre de la Catedral trianera aparecía engalanada con gallardetes y colgaduras para anunciar que había fiesta grande en el viejo arrabal. Al caer la noche, el frío se hacía cada vez más patente, a la par que el pueblo sevillano se reunía en torno a la Esperanza de Triana. Poco después de las nueve comenzó a salir el cortejo de hermanos con cirios, y de pronto, la rotundidad del silencio se quebraba ante el golpe del llamador. Al cabo de unos minutos, la Virgen cruzó el dintel de su capilla, comenzando en ese momento el rezo del Santo Rosario, pareciendo que era cuaresma, como cuando Ella acude a la casa de la Abuela de Dios para presidir el Septenario en su honor. Con paso lento iba avanzando entre la espesa bulla la Virgen, callada y discreta, y al aproximarse a la esquina de Vázquez de Leca, un repique de campanas pregonaba que la Esperanza estaba cada vez más cerca. En torno a las once de la noche, entraba en la parroquia de la Señora Santa Ana.
Al día siguiente, el sábado 4 de noviembre, se celebró el Estelario en honor de Nuestra Señora, tratándose de un ejercicio de devoción mariana en el que, a modo de rosario, se recorría la vida de Santa María a través de las doce estrellas de su corona. El acto estuvo a cargo del hermano José María Rubio Rubio, haciendo referencia a las imágenes marianas titulares de todas las Hermandades fundadas al amparo de la feligresía de Santa Ana, por lo que la Virgen aparecía en el presbiterio flanqueada por los estandartes de todas estas corporaciones.
Muy temprano despertó el domingo 5 de noviembre, día en el que precisamente se cumplían dieciocho años de la beatificación de Sor Ángela de la Cruz, pareciendo ser la mañana de una Función Principal de Instituto ante el ambiente que predominaba. Las nubes hicieron acto de presencia, llegándose a presagiar en algunos momentos lo peor en cuanto a lo meteorológico. A las once de la mañana daba comienzo la Solemne Función en una parroquia rebosante de hermanos, fieles y devotos, ocupando la sagrada cátedra el párroco de Santa Ana y Director Espiritual de la Hermandad Manuel de Azcárate Cruzado, haciéndolo en nombre de Su Eminencia Reverendísima Fray Carlos Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla.
Avanzaban las horas. El cielo se mostraba gris y amenazante, aunque las probabilidades de riesgo de precipitaciones no eran elevadas. Todos los hermanos que se disponían a participar en la cofradía estaban citados a las cinco de la tarde, y una hora después, la cruz de guía se ponía en la calle, abriéndole paso la Banda Juvenil de Cornetas y Tambores del Santísimo Cristo de las Tres Caídas. Pocos minutos después se producía la primera levantá en el interior del templo, mientras el paso de la Virgen iba recorriendo sus primeros metros a los sones de la marcha “Soleá, dame la mano”, interpretada por la Banda de Música de Nuestra Señora de la Esperanza de Triana.
Las seis y media de la tarde. Los ciriales traspasaban la cancela, la expectación se contenía en el sentir de todos aquellos que fijaban su mirada en el rostro de Ella, mientras la voz del capataz volvía a guiar a la cuadrilla costalera en la dificultosa proeza de sacar el paso por la puerta de Santa Ana. Tras el Himno Nacional, “Esperanza de Triana Coronada” marcaba el punto álgido en el inicio de la procesión, la cual tenía prevista hacer el siguiente recorrido: Plazuela de Santa Ana, Vázquez de Leca, Pureza, Troya, Pagés del Corro, San Jacinto, Alfarería, Antillano Campos, San Jorge, Altozano y Pureza. En torno a las diez y media de la noche se encontraba la Señora ante el Convento de las Mínimas, alcanzando posteriormente la calle San Jacinto, donde la Hermandad de la Estrella la esperaba a las puertas de su capilla.
El reloj marcaba las once en punto, y en ese momento, una leve, tímida y casi imperceptible llovizna hizo acto de presencia, lo que provocó que la Junta de Gobierno no quisiera arriesgarse demasiado a permanecer más tiempo en la calle, por lo que cuando la cruz de guía ya se hallaba en Alfarería, ésta recibió la orden de volver sobre sus pasos y encaminarse directamente hacia el Altozano. Una vez que el paso llegó a este último lugar referido, parecía que el pequeño chispeo cesó, por lo que el último tramo de la procesión se realizó con un andar más pausado. Cercana la una de la madrugada, la Virgen llegaba de nuevo a la Capilla de los Marineros, donde le esperaba el Santísimo Cristo de las Tres Caídas ocupando el camarín del retablo mayor.