Esperanza de Triana

Coronación pontífica

Se inician los trámites
La ciudad de Sevilla no era ajena a lo que estaba ocurriendo en torno a Nuestra Señora de la Esperanza. Fue tal la implicación, importancia y repercusión de la Coronación Pontificia de la Santísima Virgen, un sueño que se convirtió en realidad, que el día 2 de junio de 1984 quedó grabado con letras de oro en la historia de las hermandades, de Sevilla y especialmente de Triana, que anhelaba ver a su Esperanza coronada.

Hacía ya varios años que el runrún corría por Triana, sin atreverse aún a afirmar con contundencia lo que terminaría por ocurrir. Hubo que esperar no obstante al año 1981 para que el Hermano Mayor, D. Vicente Acosta Domínguez, tras numerosas visitas a S.E.R el Cardenal Bueno Monreal en que le insistía en los criterios para solicitarla, comenzara los trámites necesarios ante el Arzobispado. Una vez autorizado, comenzó un reguero de adhesiones, firmas, solicitudes, compromisos e ilusiones por ver coronada a la Esperanza. Devotos y fieles, hermandades, instituciones, religiosos, y hasta el Ayuntamiento de Sevilla comenzaron a acariciar la idea de que iba a ser posible cumplir ese anhelo. Si el Cardenal Bueno Monreal había autorizado iniciar el expediente, ya sólo quedaba Roma…

 

 

 

La enfermedad del Cardenal
El hermano mayor Vicente Acosta había tratado directamente el asunto de la Coronación de la Esperanza de Triana con el Cardenal Bueno Monreal. Él, en su despacho del Palacio Arzobispal lo había recibido en algunas ocasiones y la hermandad ya preparaba la importante documentación que, posteriormente, sería enviada a Roma.

En febrero del 82, cuando la búsqueda de adhesiones era frenética, llega la noticia que nadie esperaba: el Cardenal Bueno Monreal había sufrido un ictus mientras se encontraba en Roma. El miedo a que se vieran truncadas las aspiraciones, ya que el Cardenal se había convertido en estandarte de la ansiada Coronación, empezó a recorrer a los oficiales de la Junta de Gobierno. ¿Suponía la enfermedad del Cardenal un nuevo revés al sueño de ver a la Virgen coronada?

El recordado Antonio Domínguez Valverde, que se había hecho cargo de la sede provisionalmente, infundió ánimos y tranquilidad en la Junta de Gobierno al decirles que continuaran con el proceso; que la coronación seguía su curso…

Esperanza de Triana Coronada
Mientras la prensa de la época daba por hecho que la Esperanza sería coronada en breve, a la Hermandad habían llegado rumores desde Roma diciendo que allí no constaba petición alguna sobre la coronación de ninguna Virgen de Sevilla. Este hecho entristecía al hermano mayor Vicente Acosta y a algunos miembros de su junta que se ponían, cada vez, más nerviosos.

En diciembre de 1982 decidió ir a Palacio para ver cómo iba el asunto de la coronación. Allí encontró al Cardenal Bueno Monreal con ocho obispos que habían acudido a visitarlo. “Cuando me vieron llegar, dijeron, anda, con médico y todo”, recuerda Don Vicente de aquella visita. Allí estaba el Cardenal Vicente Enrique Tarancón, “que es la persona con los ojos más vivos que he visto nunca”.

Cuando le besa el anillo, se pone el Cardenal Bueno Monreal, que se encontraba muy afectado aún por el ictus, a rebuscar entre sus cajones, de los que saca una libreta que guardaba y se la entrega a Tarancón para que lea. En ella, se podía leer “Esperanza de Triana coronada, Esperanza de Triana coronada, Esperanza de Triana coronada…”.

Desde Roma ya se había dado el visto bueno y el Cardenal realizaba ejercicios de rehabilitación escribiendo una y otra vez sobre una libreta el nombre de la dolorosa que próximamente se iba a coronar en la Catedral de Sevilla. Dice Vicente Acosta que, en aquel momento, el Cardenal había desplegado una cara de bondad inusitada. En la cara de Don Vicente probablemente se viera reflejada la ilusión por una noticia tantos años anhelada.

Aquella escena la vivió Amigo Vallejo, sentado en una silla y, casi, recién llegado a la ciudad. A esas alturas ya debía sobrevolar su cabeza el hecho de que sería él quien coronaría a la Esperanza.

La Bula Pontificia

Hasta la reforma del Código Canónico de 1983, las Coronaciones Canónicas sólo las solía aprobar la Real Fábrica de San Pedro. En este caso, cuando en la Hermandad recibieron la bula de la coronación, comprobaron que venía, no con el sello de la Real Fábrica de San Pedro, sino con el sello del Pescador, del Papa Juan Pablo II. Esta circunstancia era algo único en Sevilla hasta entonces.

A Vicente Acosta ya se lo había comunicado, asombrado, Antonio Domínguez Valverde: “¡Vicente, que es una bula pontificia. Viene sellada por el Papa!”.

Nada se sabe del porqué de este hecho. ¿Qué o quién motivó que la ansiada Coronación de la Esperanza viniera autorizada, no por el Cabildo de San Pedro, sino por el Santo Padre? Nadie tiene la respuesta, salvo que Dios escribe derecho con renglones torcidos. D. Vicente cree en la hipótesis de que pudo intervenir el Cardenal Tarancón, figura clave de la historia de España, no sólo de la Iglesia Católica, que al saber de la ilusión del Cardenal Bueno Monreal pudo intervenir ante el Santo Padre. Cardenal Arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, el cardenal Tarancón había sido adalid de los nuevos tiempos que impuso la Santa Sede ante los acontecimientos políticos que vivió España con los últimos años del franquismo y la Transición a la democracia.

Sin embargo, no podemos obviar la importancia y la contundencia de la documentación enviada, que atestiguaban la importancia devocional de Nuestra Señora de la Esperanza. El secretario Paco Sogel había preparado con mimo y cuidado cada detalle y cada documento enviado. Don Vicente afirma: “La documentación había sido encuadernada en pergamino con tintas especiales; había en ella dibujos de pájaros que me recuerda a los incunables medievales que aparecen en la película del Nombre de la Rosa”.

Madrinas de la Coronación
Cuando se conoció finalmente que la Esperanza iba a ser coronada, había que empezar a tomar decisiones relativas al acto. Entre ellas estaba la de decidir quién iba a ser la Madrina de la Coronación. Pese a los numerosos compromisos, Don Vicente decidió que fueran las Mínimas quienes ejercieran ese papel. Orden con clara vinculación con nuestra Hermandad, el Hermano Mayor, sabiamente, pensó que quiénes mejor que las Mínimas, con sus oraciones y rezos, para amadrinar la coronación de la Esperanza. Las monjas Mínimas acogieron la noticia con orgullo pero su disciplinado modo de vida no le permitieron, apenas, disfrutar de la Coronación Canónica.

El Triduo preparatorio
Se quiso que fuera en la Real Parroquia de Señora Santa Ana, sede fundacional e histórica de la Corporación, en la que tuviera lugar el Triduo preparatorio para la Coronación Pontificia de Nuestra Señora de la Esperanza. La Santísima Virgen, que estrenó para la ocasión un manto verde bordado, se encontraba sin corona, al querer remarcar el valor de la Coronación que tendría lugar días después de manos del Excmo. y Rvdmo. Sr. Arzobispo.

La medalla de la Ciudad

El reglamento de honores aprobado por el anterior alcalde Luis Uruñuela no permitía otorgar a Medalla de la Ciudad a Imágenes religiosas. El Alcalde de esa época, Manuel del Valle, y como solución al no contar con unanimidad en el Consistorio para modificarlo, decide otorgarle a la Santísima Virgen la réplica de la que tenía el Consejo General de Hermandades y Cofradías. Así, D. Manuel del Valle, conocedor de la sensibilidad del barrio para la Virgen y la alegría general que se había despertado en Sevilla con la Coronación de Nuestra Señora de la Esperanza, el día antes de que la Virgen partiera para la Catedral prendió, en la saya de la Santísima Virgen, la Medalla con el escudo de la Ciudad.

Años después, en 2010, y siendo Alcalde Alfredo Sánchez Monteseirín, fue concedida la Medalla de Oro de la Ciudad, solucionando así una injusticia de varias décadas.

La ida, la lluvia, los nervios
Una auténtica muchedumbre acompañó a la Esperanza el día 1 de junio de 1984 en su camino de ida a la Catedral. Una locura de fieles, devotos, trianeros venidos desde barrios más lejanos, y de toda la Sevilla cofrade que se alegraba porque, al fin, la Virgen de la Esperanza iba a ser coronada. Se sucedían las calles abarrotadas en una Triana engalana, un barrio del Arenal que esperaba a su Esperanza y una Catedral con dos Arzobispos que habían hecho posible el sueño.

La Esperanza ya estaba en Sevilla, y ni la lluvia quiso perderse lo que el Santo Padre desde Roma dictaminaba: que Nuestra Señora de la Esperanza iba a ser coronada.

 

El Pontifical

Fue un acontecimiento extraordinario. El pontifical tuvo lugar bajo la presidencia religiosa de S.E.R. El Cardenal Bueno Monreal, que aún se encontraba recuperándose del ictus, desprendía alegría por cumplir el objetivo de ver coronada a la Santísima Virgen. Por otro lado, un jovencísimo Arzobispo, D. Carlos Amigo Vallejo, llegado escasos dos años antes desde Tánger, y que ya había recibido al Santo Padre en Sevilla y ahora coronaba a la Esperanza.

Don Vicente fue el encargado de llevar la Corona, realizada por Orfebrería Triana con donaciones de devotos, hermanos, fieles y particulares, que quisieron contribuir para honrar a la que es Madre de los Trianeros. Hasta la Casa Real quiso contribuir autorizando que se fundiera una pulsera que había pertenecido a S.A.R. La Infanta Doña Luisa de Orleans, Camarera Honoraria Perpetua de la Santísima Virgen, y que para siempre estará cerca de Nuestra Señora de la Esperanza.

Aún resuena en la bóveda catedralicia la ovación que siguió al momento en que Don Carlos coronaba a la Santísima Virgen, y las lágrimas en los ojos de quienes cumplían un deseo de décadas.

El regreso apoteósico

Fueron doce horas en los que la lluvia quiso respetar la alegría de un barrio que veía a su Virgen coronada, y una ciudad que compartió con Triana a su Esperanza. La Santísima Virgen recorrió las calles de la Ciudad que la proclama como su Esperanza rodeada de los miles de fieles y devotos que quisieron acompañarla. La visita a la Casa Consistorial, donde fue recibida por el Alcalde y la Corporación Municipal, llevó a la Virgen a quienes también habían hecho posible la Coronación.

A partir de ahí, en una algarabía constante, sólo existió la Esperanza. El Puente se encontraba engalanado para un acontecimiento único. Y allí se acuñó una frase que no hace sino definir la esencia del barrio, y proclamar una verdad inalterada, que se ha convertido en santo y seña: Triana con su Esperanza.

La calle San Jacinto era un hervidero. No hacía más que repetirse entre susurros Esperanza de Triana Coronada en los labios de quienes llevaban horas esperando el regreso de la Señora, quizás porque aún no terminaban de creer que el sueño se había hecho realidad.

Pasadas las 10 de la mañana, después de unas jornadas inolvidables y de 12 horas de un regreso que pasaría a la historia cofrade de Sevilla, el capataz Juan Borrero mandó arriar el paso de la Santísima Virgen en la Capilla de los Marineros. Sevilla, que estaba adormecida y ausente, despertó con la Esperanza, con quien es Faro, Luz y Guía, Timón y Ancla.