La Imagen del Santísimo Cristo de las Tres Caídas es una talla de madera policromada, muy posiblemente realizada al mismo tiempo que se funda la Hermandad de las Tres Caídas, en torno a 1607. Aunque no sabemos a ciencia cierta de su autoría por ausencia de documentación, su atribución a Marcos Cabrera es mantenida por los especialistas desde que Justino Matute en 1818 la atribuyera. Los autores posteriores del mismo siglo siguieron la misma atribución, caso de Félix González de León en 1844, José Bermejo y Carballo en 1882, y Francisco Almela Vinet en 1899.
Durante el siglo XX la Imagen siguió atribuyéndose a Marcos Cabrera por Pérez Porto en 1908, Hernández Díaz relacionándola con el Nazareno de Utrera (obra documentada de Marcos Cabrera en 1597), con quien el Santísimo Cristo de las Tres Caídas comparte algunas similitudes, entre ellas, un sentido poco dramático del dolor y una corrección formal que conecta muy bien con el pueblo, Santiago Montoto, Jorge Bernales Ballesteros, González Gómez y Roda Peña.
La nula base documental de dicha atribución, unido a la poca relación existente de la Imagen con obras documentadas del autor, como es el caso del Cristo de la Expiración de la sevillana Hermandad del Museo, hicieron que poco a poco, autores como Rafael Rodríguez-Moñino descartaran la atribución a Marcos Cabrera. De este modo se comenzó a considerar la imagen como una obra anónima por otros historiadores como Jesús Palomero y José Roda Peña, quién situó su cronología en las primeras décadas del siglo XVII. De esta última opinión han sido también historiadores como Federico García de la Concha, datándolo entre 1608 y 1630, y Antonio Torrejón Díaz.
Más recientemente, Francisco Javier Sánchez de los Reyes, teniendo en cuenta las intervenciones que ha debido tener la Imagen, como es el caso de la introducción de ojos de cristal, talla de la cabellera e incluso nuevas manos, posiblemente a finales del siglo XVIII o principios del XIX, destaca las similitudes existentes con la Imagen de Jesús del Gran Poder de Castilleja de la Cuesta, que a su vez lo vincula con el escultor Juan de Astorga. Al compartir esta última impresión de Sánchez de los Reyes, creemos que para mayor conocimiento de la Imagen, lo mejor es presentar sus distintas restauraciones, no sin antes, decantarnos por fecharla entre 1608 y 1616, años de la aprobación de la Hermandad de las Tres Caídas, y de la fusión con la Esperanza y San Juan Evangelista.
Es posible que la Imagen tuviese una restauración, desconocida hasta el momento, entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, como hemos señalado anteriormente, o tal vez en el mismo año 1816, primero en que la cofradía salió de su nueva capilla. De la primera restauración que tenemos constancia es de la realizada en 1889, cuando la Hermandad vuelve a realizar la estación de penitencia.
En 1894 el Santísimo Cristo es restaurado por el escultor Manuel Gutiérrez Reyes Cano, y además es el año en que estrena nuevo paso y nueva túnica. También hay constancia de esta restauración por la inscripción que halló en 1983 Luís Álvarez Duarte en el busto del Señor: “Me restauró Gutiérrez Cano”. Como señaló Roda Peña, es posible que la inscripción incluyera la “R.” de Reyes, que es como aparece en la documentación conservada del escultor. De no ser así, es posible que estemos ante otra restauración más antigua de la imagen, realizada por su padre, el también escultor Manuel Gutiérrez Cano.
De esta restauración en 1894, se ha dicho reiteradamente que consistió en la sustitución de su cabellera de pelo natural, por otras de pasta y estopa, aunque lo cierto es que en ninguna documentación de la época se menciona tal afirmación. Es fiable pensar, por fuentes fotográficas fechables en torno a finales del XIX, o principios del XX, que la sustitución de la cabellera de pelo natural se realizara en la comentada restauración anónima de 1889, si es que alguna vez la tuvo, pues no se encuentra referencia a ella en ninguna de las descripciones sobre la imagen. Incluso viendo la pequeña reproducción barroca del Santísimo Cristo de las Tres Caídas que se conserva en el convento de las monjas Mínimas de Triana, no parece que la Imagen la tuviera.
La restauración de Antonio Castillo Lastrucci significó la eliminación de unas abundantes pestañas, la talla de una nueva corona de espinas fija sobre el bloque craneal de la Imagen (pues antes era flexible), así como la realización del primitivo mechón de pelo que caía por su lado derecho, lo que hizo sin duda alguna cambiar algo la fisonomía de la Imagen, acercándola clara y definitivamente a la que hoy se venera por los fieles repartidos por todas las partes del mundo.
En la primera restauración de Luís Álvarez Duarte, se realizó un nuevo cuerpo anatomizado en madera de cedro real, dado el mal estado en que se encontraba el anterior candelero. También se realizó una nueva peana y peña talladas en cedro canadiense, se le suprimieron múltiples elementos metálicos, y se le sustituyó el mechón realizado por Castillo Lastrucci por uno más acorde a los trabajos observados en la barba y en la cabellera de la propia Sagrada Imagen. Por último se procedió a la limpieza de repintes, igualándose a su policromía original mediante pinturas al agua, y se resanaron varias falanges de los dedos.
Por tanto, de esta restauración lo que más destaca a la vista es la sustitución del mencionado mechón, pero no hay que olvidar que conlleva también la realización del cuerpo y por consiguiente de los pies de la Imagen, ya que los anteriores en palabras de Álvarez Duarte eran “de mala factura, no habían salido de la misma guía que talló la cabeza del Santísimo Cristo ni de sus portentosas manos, para mí de las mejores que se han tallado de los Nazarenos que conozco”.
En 1989, la intervención tan sólo se basó en la talla de nuevos brazos modelados hasta los codos. Como se ha señalado en numerosas ocasiones, el Santísimo Cristo de las Tres Caídas procesiona desde 1968 entrelazando las estaciones quinta, octava y novena del Vía Crucis. Se nos muestra caído por el peso del madero, apoyando su rodilla derecha sobre el suelo mientras con la contraria, flexionada, hace el ademán de incorporarse de nuevo al camino. La Cruz la sujeta con su mano izquierda y la derecha la apoya firme sobre la jocosidad del terreno. Su rostro, ligeramente inclinado hacia su derecha, es de los más dulces de nuestra imaginería, consiguiendo un clásico y perfecto equilibrio entre el dolor y la belleza.